El mundo oculto de las emociones en Medicina y Enfermería

Autor: Lorenzo Alonso

FORO  OSLER

«Vosotros los médicos estáis acostumbrados a situaciones graves, a la muerte»

Esta es una frase que repiten de forma bastante frecuente muchos amigos, familiares y acompañantes de pacientes. Cuando eres un médico joven parece que casi es un halago, espíritus fuertes , luchando con técnicas sofisticadas contra el sufrimiento y la muerte.Pero, cuando después de varios años has visto a tantas personas sufrir, morir y también salir adelante con mucho esfuerzo, este comentario se te antoja equivocado y fuera de la realidad. Los médicos y las médicos, entre nosotros y nosotras, hablamos poco de sentimientos, de sensaciones, podemos compartir con algún compañero o compañera más íntima tus sensaciones, pero todo queda en un círculo cerrado.  Los días pasan, aparece otro caso, otro paciente, y tu cabeza comienza a olvidar o a esconder algún hecho concreto que te emocionó o te sorprendió con una persona.

Una lección vital en diez minutos

Tenía 70 años, un rostro de mujer que había trabajado duramente, no sé si sabía escribir o leer, estaba allí junto a la cama acompañada de sus hijas, unas mujeres jóvenes, inteligentes y bellas. Los ojos de su madre, de la paciente, demostraban una inteligencia natural fuera de toda duda.

Todo empezó hacía ahora diez meses, con un dolor en el centro del pecho y cierta dificultad para tragar, unas veces menos otras más, cada vez tenía menos apetito.  Quiso acudir al médico, pero de pronto apareció algo a lo que todos llamaban pandemia, COVID, era un virus peligroso. No pudo acudir a su Centro de Salud. Pasaron algunos meses hasta que tuvo que acudir al hospital porque estaba perdiendo cada vez más peso y no podía comer. Una vez en el hospital se confirmó el diagnóstico de adenocarcinoma de esófago, ya se había extendido al abdomen.

Mi misión como especialista en Oncología Médica era valorar a la paciente, su estado clínico, su grado funcional. Salvo delgadez,  me daba la impresión que la paciente estaba en un estado que permitía pensar en tratamiento con quimioterapia, ya que mantenía unas cifras hematológicas adecuadas y de función renal. Tras explorarla y hablar con la paciente y sus familiares me despedí hasta el día siguiente.

Volví al día siguiente. La noche había sido muy dura, con mucho dolor en región dorsal y cara anterior de tórax, dificultad para respirar, sed y náuseas y vómitos. Observé que su estado general y su función renal se habían deteriorado en un plazo de veinticuatro horas, que su abdomen presentaba un ileo y no había movimientos intestinales. Yo acudí con mi documento de consentimiento informado para quimioterapia.

Entonces, desde su cama, me miró a los ojos y me dijo. «Doctor, yo lo que no quiero es tener dolor. Yo sé que usted quiere hacer tratamiento, pero en mi situación no creo que vaya a ser muy útil para aumentar mi vida».  Su hija estaba presente. Yo me quedé perplejo, y una sensación, mezcla de pena y de admiración, recorrió todo mi cuerpo. Esperé encontrar algún gesto de llanto o miedo en su cara, pero no, todo lo contrario, era como si viera la vida en un círculo donde la muerte y el fin se asumía como algo más, como tantas otras luchas de su vida anterior.

Me quedé allí mirándola más tiempo del previsto, mis ojos comenzaron a humedecerse y mi admiración crecía a cada segundo.

Me retiré con una sensación de envidia de esas personas que son valientes, de esas personas que asumen su vida y me encontré de nuevo con un sentimiento de amargura ante lo inevitable.

No, los médicos no estamos acostumbrados al sufrimiento y a la muerte.

Quizás no debí escribir esto, quizás debía haber escrito  un informe más de mortalidad, quizás debí mantener el tipo y ponerme cada día mi bata y mi pijama para ver a los pacientes como un técnico. Pero no he podido. Si algo tiene la Medicina y la Enfermería es la constante lección que sobre la vida y su final, la muerte, nos dan nuestros pacientes.

«Aunque ya nada puede devolver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no te aflijas, porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo»

 

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